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- Escrito por Arzobispado de Camagüey
- Categoría: PORTADA
- Publicado el 21 Mayo 2023
Domingo, 21 de mayo de 2023. 09:00 a.m. Escúchalo aquí
¡Muy buenos días a todos y feliz domingo! Comenzamos haciendo la señal de la cruz: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. AMÉN. Que la gracia y la paz de Jesucristo, el Señor, estén hoy y siempre con todos ustedes. Y CON TU ESPÍRITU. Saludémonos unos a otros con las mismas palabras con las que, en estos días, se saludaban los primeros cristianos:
¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!
Queridos hijos e hijas: Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. Jesús resucitado regresa a la gloria de su Padre. Ahora sí que podemos decir que el cielo ha sido conquistado por el hombre. Lo que no pudieron conseguir nuestros antepasados construyendo una torre para “llegar al cielo”, ahora lo consigue limpiamente Jesucristo que cumplió lo que su Padre le encargó y ahora regresa a Él. Parece una separación, pero no lo es, porque permanece con nosotros para siempre en una forma nueva. Con su ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles, y también nuestra mirada, a las alturas del Cielo para mostrarnos que el objetivo de nuestro viaje en este mundo es llegar al Padre. Tenemos que tener la mirada bien puesta en el Cielo y, a la vez, los pies bien puestos en la tierra. Escuchemos la narración que nos hace San Lucas de este encuentro del Resucitado con sus discípulos. Hoy tengo el gusto de tener nuevamente a mi lado a Eugenio Rivero, laico de la comunidad del Cristo. A él le pido hacer la lectura.
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS, capítulo 24, versículos del 46 al 53
“En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Y que, en su nombre, se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de alegría, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios”.
PALABRA DEL SEÑOR. GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.
Queridos oyentes: comparto con ustedes esta reflexión de un sacerdote español, el Padre José Ignacio Pagola:
“Según el sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre “bendiciendo” a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí “bendiciendo” a Dios.
La bendición es una práctica enraizada en casi todas las culturas. Los judíos, musulmanes y cristianos le han dado siempre una gran importancia.
Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría, todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice elimina de su corazón otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y, al mismo tiempo, vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque nunca somos nosotros la fuente de la bendición, sino sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso, sólo se puede bendecir en actitud gozosa y agradecida a Dios.
La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como una plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a alguien en el fondo de su ser. La fiesta de la Ascensión es una invitación a ser portadores y testigos de la bendición de Cristo a la humanidad”
Queridos hijos e hijas: San Lucas narra también el hecho de la Ascensión al comienzo del libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles.
Le pido nuevamente a Eugenio que nos lea este relato.
LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES, capítulo 1, versículos del 8 al 11
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre cada uno, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.
Y después de decir esto, mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. Estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacen mirando al cielo? Este mismo Jesús, que delante de ustedes ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a como le han visto marcharse”.
PALABRA DE DIOS. TE ALABAMOS, SEÑOR.
Queridos todos: ahora comparto con ustedes otra reflexión, esta vez del Papa Francisco: “Me gustaría destacar dos elementos de la narración. En primer lugar, durante la Ascensión Jesús cumple el gesto sacerdotal de la bendición y los discípulos seguramente expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su pasión atravesó la muerte y el sepulcro y resucitó y ascendió a los cielos; está con Dios Padre, donde intercede por siempre en nuestro favor (Cf. Heb 9:24). Como afirma San Juan en su primera carta Jesucristo es nuestro abogado.¡Qué lindo escuchar esto! Cuando uno ha sido citado a un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las asechanzas del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Nosotros tenemos a este abogado, no tengamos miedo de acudir a él para pedir perdón, pedir la bendición, pedir misericordia. Él nos perdona siempre, nos defiende siempre ¡No olviden esto! (cf. 2:1-2). La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan reconfortante para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada a Dios; Él nos ha abierto el paso; es como un guía en la escalada a una montaña que, llegado a la cima, nos hala a nosotros y nos lleva a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él, estamos seguros de estar en buenas manos, en las manos de nuestro Salvador, de nuestro abogado.
El Papa continúa señalando un segundo elemento: San Lucas menciona que los Apóstoles, después de ver a Jesús ascender al cielo, regresaron a Jerusalén “con gran alegría.” Esto parece un poco extraño. Normalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, de nuestros amigos, de una manera definitiva, principalmente debido a la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no vamos a ver nunca más su rostro, no vamos a escuchar su voz, no podremos disfrutar más de su cariño, de su presencia. En cambio, el evangelista pone de relieve la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Por qué? Porque, con la mirada de la fe, entienden que, aunque no está ante sus ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y, en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos.
Y finaliza el Papa su reflexión indicando que la Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; ya no está en un preciso lugar del mundo tal como era antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: tenemos este abogado que nos espera, que nos defiende. No estamos nunca solos. El Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que en el silencio y la oscuridad, en la vida familiar y laboral, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, ascendido al Cielo, nuestro abogado.
Queridos todos:Como sabemos, Jesús, siendo Dios, se rebajó haciéndose hombre hasta padecer, incluso, la muerte. Y claro que se rebajó: Dejó el trono divino para nacer en una cuna miserable; se olvidó de su gloria para ocultarse en un pueblo insignificante; el tres veces Santo ahora se pone un vestido de pecador; el todopoderoso ahora se arrodilla a los pies de sus discípulos para servirlos; y luego, a pesar de su fuerza y su realeza, se dejó crucificar entre burlas
Todo en él había sido “prestado”: un burro para entrar en Jerusalén, un lugar donde celebrar la cena con sus discípulos, una barca desde donde hablar al pueblo, cinco panes y dos peces para hacer un milagro… Lo único suyo propio fue la cruz. Su trono es una cruz; su cetro, una caña con la que le golpean la cabeza; su corona, una corona de espinas. Su reino es para los pobres y humildes de corazón, para los mansos, los pacíficos y los misericordiosos; para los perseguidos por la verdad y la justicia. Su programa de vida se resume en el Sermón de la montaña, en las bienaventuranzas y el mandamiento de la caridad. Sus súbditos y sus amigos predilectos son los pobres y pecadores; sus compañeros de destino, los malhechores, como el llamado “buen ladrón”
Renunciando a su vida, probó la muerte. Ciertamente, Jesús se había despojado de su divinidad.Y hoy regresa a la gloria de su Padre. Jesús sube a los cielos y en nosotros brotan dos grandes esperanzas: el poder ir nosotros con él. Y el que Cristo venga a nosotros. Jesús había dicho: “Me voy a prepararles un lugar... para que donde yo esté, estén también ustedes”. Y estar con Cristo significa estar con el Padre, en el Espíritu; estar con María, y estar con todos los que hemos querido y conocido. La otra esperanza la pedimos cada vez que rezamos el Padre Nuestro cuando pedimos que “venga a nosotros tu Reino”. Pedimos la vuelta del Señor que Él nos prometió: “Volveré a ustedes”, dijo a sus discípulos. Y por eso la Iglesia no se cansa de pedir: ¡Ven, Señor Jesús!
Es verdad que hoy Jesucristo se va al cielo. Pero también es verdad que se ha quedado entre nosotros. Éstas son palabras suyas: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. Entonces no se trata propiamente de pedir que vuelva, sino de saber descubrir su nuevo modo de estar presente. Nos suele pasar como a los discípulos que no sabían que tenían a Jesucristo a su lado y lo confundieron con un caminante, un trabajador del cementerio o un vendedor de pescado.
La fiesta de la Ascensión, que hoy celebramos, significa que nuestro final está en Dios. Significa que nuestro horizonte es Dios. Es pues, una fiesta de esperanza: el futuro del ser humano y el futuro del mundo está en Dios. Podrán ir mal las cosas, la economía, las situaciones personales… pero la Vida que es Jesucristo será siempre más fuerte que todo lo que amenaza y dificulta nuestra vida. Estamos, por tanto, invitados a terminar nuestra vida en Dios. Por eso podemos afrontar el futuro con esperanza, porque el hombre es un ser para la vida.
No olvidemos que nosotros hemos sido ungidos para salvar, curar, dar esperanza a nuestros hermanos. “Vayan por todo el mundo”, dijo Jesús. Ésa es la misión que tenemos que continuar siendo sus testigos, no sólo de palabra, sino con nuestra vida. Que podamos decir que Dios es amor, amando; que podamos decir que Dios es misericordia, compadeciendo y perdonando; que podamos decir que Dios es gozo, viviendo en la alegría y en la esperanza; que digamos que Dios es comunión compartiendo nuestra vida con los demás.
Pasemos ahora a la esperada sección de la pregunta de este domingo. Escuchemos
Supe que se cumplieron 20 años del fallecimiento de Monseñor Adolfo. Yo lo conocí, pero 20 años son muchos, por lo que pienso que habrá personas, sobre todo jóvenes, que no lo conocieron o no han oído hablar de él. ¿Podrían hablarnos algo sobre la persona de este gran hombre? Muchos lo agradeceremos.
Querido oyente: No es fácil resumir en pocos minutos la grandeza de Monseñor Adolfo, pero destacaríamos, por encima de muchas virtudes, su confianza en Dios. Las citas bíblicas escogidas por él para su ordenación como sacerdote y luego como obispo, así lo demuestran: “Sé en quien he confiado” y “Es bueno confiar en el Señor”.
Fue un hombre de “luz larga”. Sabía no perder el rumbo de a dónde se debía llegar. No se dejaba desanimar por los tropiezos del día a día. La esperanza siempre lo sostenía.
Había en él un estilo de oración “en la vida”. Solía rezar el rosario mientras iba de camino desde el Obispado hasta su casa. Cuando iba por la carretera con su chofer, sacaba discretamente su rosario del bolsillo y lo rezaba. Cada día, al llegar al Obispado, antes de abrir su oficina, iba a la Capilla y rezaba. En su homilía por los 50 años de sacerdocio, expresó: “No me arrepiento de haber repetido millares de veces, en las buenas y en las malas, en las horas fáciles y en las difíciles: “Señor, en ti confío”.
Ciertamente dormía poco. Cuando visitaba las comunidades de la Diócesis era el último en irse. Muchas veces llegaba a su casa en horas de la madrugada luego de estar visitando comunidades en Morón, Chambas o Ciego de Ávila. Y podías ir a su casa a las 7 de la mañana, que ya estaba listo para comenzar otro día.
Nunca aprendió la mecanografía, pero escribía velozmente con sólo dos dedos. Y en la época de casi ninguna noticia religiosa en la prensa, él mismo ponía varios papeles cebolla con papel carbón en su pequeña máquina de escribir y copiaba noticias religiosas que a él le llegaban. Luego les enviaba copias a los sacerdotes bajo el título de Noticias Católicas Internacionales y les pedía que las pusieran en los murales de las iglesias. Los vecinos pueden dar testimonio de que la luz de su oficina era la última que se apagaba en la cuadra y la primera en encenderse. Y sabían que él estaba allí por el rítmico sonido de su máquina portátil de escribir.
Fue siempre muy cercano a la gente sencilla. Y gustaba de ponerse a la altura de ellos.
También tenía un especial sentido del humor. Bastaría recordar su manera de explicar las “tres edades” de la vida de toda persona: “la niñez, la adultez y ¡qué bien te ves!”. Y si alguien empezaba a elogiarlo en público, interrumpía para decirles a todos: “Atiéndanlo bien, porque cada vez que él ha dicho una verdad, se le ha caído un brazo”. Y así, llamándole simpáticamente “mentiroso” al que lo estaba elogiando, desviaba el elogio hacia otro tema.
Monseñor Adolfo era natural del municipio Minas y falleció en Camagüey, a los 79 años de edad, el 9 de mayo del 2003. Había sido sacerdote entre nosotros durante 55 años, de los cuales 40 como Obispo y primer Arzobispo de Camagüey. Sus restos reposan en nuestra Iglesia Catedral.
Queridos todos: Los invito a que recemos ahora la oración del Padrenuestro. PADRE NUESTRO…
Y también invocamos la protección de la Virgen rezando el Avemaría: DIOS TE SALVE, MARÍA…
Concluyo dándoles a todos la bendición de Dios, en especial a las personas que se sienten solas o abandonadas por sus hijos, a las personas que han perdido la esperanza, a las familias más necesitadas, a los enfermos y minusválidos, a las personas que trabajan en los hospitales y Hogares de Ancianos, y a todos los que tienen una responsabilidad que cumplir en nuestra provincia.
Inclinen, por favor, sus cabezas. Que la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos ustedes y los acompañe hoy y siempre. AMÉN.
Les recuerdo que, con el favor de Dios, nos volveremos a encontrar nuevamente el próximo domingo, a la 9 de la mañana, y por esta Emisora Provincial.
CRISTO HA RESUCITADO!¡VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!
¡QUE TENGAN UNA BUENA SEMANA!
Comentarios
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